Crucero con solarium incluído |
Pueblo flotante con servicio de camisetas a domicilio |
Al día siguiente, en Battambang, alquilamos unas bicis y fuimos a montar en el famoso tren de bambú: un trenecillo peculiar que consiste em una pequenya vagoneta de madera y bambú que sescansa sobre 2 ejes de acero con ruedas, todo ello para transportar lugarenyos, cosechas y mercancías a la ciudad desde los pueblos vecinos. Todo ello está propulsado poe un motorcillo de gasolina conducido por un lugarenyo.
Hicimos un recorrido de una hora por raíles desalineados y combados, cruzando puentes que producían vertigo y esquivando vacas remolonas. Una hora de chirridos y ajetreo a una velocidad suficiente como para empezar a temblar.
El único problema viene cuando te encuentras de frente con otro tren. Entonces, uno de los dos ha de parar, bajar y desmontarlo todo para ceder el paso.
Sí, este es el tren |
Tras la gran atracción del tren, seguimos nuestra ruta hasta que una música nos atrae como ratones que acuden al canto del flautista de Hamelin. Era una música fuerte, estridente y ensorcedera. Cuando por fin encontramos de donde provenía... maldita sea!, estábamos atrapados en medio de un funeral!!
Surrealista, la imagen: allí sentados con un ofrenda en la mano (compuesta de incienso, dinero, caramelo y flor), rodeados de lugarenyos rezando y sonriéndonos, encantados de tenernos en su ceremónia. Incluso nos hicieron posar ante el ataúd, con la foto del difunto incluída, para inmortalizar el momento (otras cosas son imposibles de inmortalizar...). No sabíamos si sonreir estar serios. La realidad es que ellos en vez de llorar también reían. Nos tuvieron allí como 2 horas con mil pensamientos en nuestras cabezas. Incluso llegamos a pensar que lo iban a quemar ahí mismo. Por fin llegó el momento de trasladar el ataúd con un carrusel hasta el cercano templo. De esto, tampoco nos libramos, nos tenían atrapados entre sus rituales, y nosotros no sabíamos como escaparnos de tal situación. Así que, como un aprocesión, seguimos al difunto por la carretera proncipal (a pleno sol), hasta la pagoda donde finalmente, a traves de una chimenea, apreciamos el humo de la incineración.
Allí, nos dimos al fuga y volvimos donde habíamos empezado, a recoger nuestras bicis, donde, por los pelos, nos vuelven a pillar para invitarnos a comer y sentarnos de nuevo al ruedo.
Con excusas y sonrisas declinamos la invitación, nos libramos del momento y conseguimos (tras 3 horas), continuar nuestro camino y regresar a la ciudad.
Eso sí que fue una atracción, un espectáculo no turístico inesperado. Una gran vivencia de la cual, por respeto, no hicimos fotos, pero estamos seguros de que se nos quedará bien gravado en el recuerdo.
PiA
1 comentario:
que buena experiencia...mejor sin fotos!! esa es una de las historias para contar...quién sino ha estado en un funeral camboyano??? para otra vez quedaros a comer con ellos!! a saber lo que hacen...jejeje muchos besos
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