Proponemos un juego: nosotros nombramos una palabra y simplemente hay que pensar qué nos evoca. La palabra, evidentemente, es "Japón".
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¿Qué pensará la niña del puente? |
A la mente pueden acudir inumerables ideas: tal vez relacionadas con la tradición, las espiritualidad, la delicadeza, la ceremonia del té, la contemplación, el minimalismo llevado a su máxima expresión… ; o tal vez se relacionan más con la tecnología, la robótica, los trenes bala, los karaokes, los videojuegos, el manga, los hoteles cápsula…
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Pues sí, son de madera. |
Lo que está claro, y lo que estamos descubriendo es que existen y coexisten dos japones totalmente diferentes. El clasicismo y la vanguardia se dan la mano en este archipiélago donde los amuletos de los templos se adquieren en máquinas dispensadoras.
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Date prisa, que estoy metiendo tripa. |
Basta salir de Tokio y adentrarse en la zona montañosa de los Alpes japoneses para comprobar cómo el asfalto es paulatinamente sustituido por el verde de los arrozales y cómo los semáforos se convierten en espantapájaros. La canción de los pájaros deja de ser una grabación emitida por la megafonía del metro para sonar directamente de las golondrinas revoloteando para alimentar a sus crías. Los rascacielos se transforman en casas de madera y las luces de neón pasan a ser farolillos de los templos...
Nada que no nos podamos imaginar de la vida en una provincia, pero aquí el contraste es todavía más extremo.
Nos resultaría muy complicado tener que elegir entre una de las dos versiones, y es que, precisamente la polaridad existente es la que dota de un carácter tan diferenciador y especial a esta sociedad. Por eso nos quedamos con el resultado final: un amalgama de colores que da como resultado un cuadro pintorescamente exótico donde nunca sabes lo que está a punto de suceder, y mucho menos, por qué.
PiA
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